viernes, 20 de septiembre de 2013

AQUELLAS MARAVILLOSAS FIESTAS


                           



Cada año, cuando llegan estas fechas, sobre todo desde que me toca estar lejos de mi tierra, me vienen a la cabeza un montón de recuerdos. Por estos dias, para el que no lo sepa, se celebran en mi ciudad natal las Fiestas de San Mateo también conocidas como las Fiestas de la Vendimia Riojana y sin duda que un logroñés que se precie de serlo tiene marcada esta semana en el calendario con un color rojo intenso. Tal es el ambiente que se respira en la capital riojana estos dias que sinceramente es muy difícil explicárselo a aquellos que no lo hayan vivido, al que lo quiera comprobar, le invito efusivamente a que se de una vueltita por aquellos lares, no lo lamentará.

Hace unos dias leía a algún amigo en Facebook decir algo así como que las fiestas, al menos para él, ya no eran como antes, discrepo, seguramente los que no somos los de antes somos nosotros y es que soy un convencido de que según la edad, las mismas se van viviendo de diferente manera.

Recuerdo mis primeras Fiestas, debía de contar yo unos catorce o quince años y el tener la posibilidad de salir solos y de noche suponía toda una emoción a la que no estábamos acostumbrados, poco importaba que el permiso de salida tuviese caducidad, pues como Cenicientos modernos este alcanzaba solamente hasta que terminase la verbena, terminada la música había que volver a casa, no es que la carroza se fuese a convertir en calabaza, pero no había que jugar con fuego si queríamos volver a salir a la noche siguiente.

Pasaron los años y ya más creciditos teníamos más libertad de horarios, incluso de vez en cuando nos íbamos de empalmada, vocablo riojano que hace mención a no volver a la casa de uno hasta que rajaba el sol. Por aquellos años nos tocó vivir los primeros encierros, que se hicieron primeramente en la calle Doce Ligero y más tarde en Portales. No es que fuesemos precisamente un dechado de valentía pero más de una vez, no voy a decir que los corríamos, porque sería inexacto, pero al menos hacíamos bulto pegaditos al vallado por la parte de adentro, lo que tecnicismos aparte nos convertía en corredores, o al menos eso nos creíamos nosotros. Tras el encierro lo suyo era irse a almorzar por la calle Laurel e intentar probar algunas de las tantas degustaciones que a diario se llevaban a cabo. Por la tarde siempre había algún dia que tocaba ir a los toros, después recorrido casi obligatorio por los chamizos de las peñas para degustar el zurracapote y a la noche el desparrame total. En aquellos tiempos  todavía no se había puesto de moda la palabra "crisis" por lo que las Fiestas llegaban a durar hasta diez dias.

Dejamos atras la adolescencia, incluso buena parte de la juventud y casi sin darnos cuenta nos tocó vivir las Fiestas como adultos, como dice la canción, ya no quedaba casi nadie de los de antes, y los que estábamos, habíamos cambiado. Los cuerpos ya no eran los mismos, y si algún dia te excedías un poco te costaba el doble recuperarte, así que por unas u otras causas nos vimos obligados a reciclarnos y vivir unas Fiestas más tranquilas pero no por ello perdían su encanto, por eso es que sostengo como dije al principio que las Fiestas no cambian, nosotros si.

Hace nueve años viví los que, hasta el momento, son mis últimos San Mateos, y digo hasta el momento, porque ni puedo, ni quiero perder la esperanza de volver a ponerme el pañuelo, azul o rojo o color vino, da igual y salir en la tercera semana de Septiembre a respirar el ambiente de Logroño celebrando sus fiestas grandes.